Los ángulos de sus dedos eran minúsculos pues tenía agarrotado el movimiento. Debió ser a causa del terror que las grúas demoledoras le habían causado. No había forma de salir de su barrio laberíntico. Lo intentaba cada mañana, al cerrar los grifos y la puerta de casa. Utilizaba su paraguas de sombrilla para que el sol no mudara su color. Todas las calles le parecían iguales, quizás variaban las formas de los tejados o los materiales estructurales, pero cada esquina tenía el mismo olor.
Tuesday, February 14, 2006
LA ANCIANA DEL LABERINTO
Intentaba parar el mundo. Todo giraba veloz mientras ella se paraba en cada acera y contemplaba los átomos de luz reflejados en la sonrisa de otros. No había nada que se equiparase a ese brillo estelar y sin embargo la mayor parte del día seguía ciega.
Los ángulos de sus dedos eran minúsculos pues tenía agarrotado el movimiento. Debió ser a causa del terror que las grúas demoledoras le habían causado. No había forma de salir de su barrio laberíntico. Lo intentaba cada mañana, al cerrar los grifos y la puerta de casa. Utilizaba su paraguas de sombrilla para que el sol no mudara su color. Todas las calles le parecían iguales, quizás variaban las formas de los tejados o los materiales estructurales, pero cada esquina tenía el mismo olor.
Pensó que quizás encontrase una calle que no perteneciese a su barrio y aunque era ciega a los edificios y a las calles bajo sus pies, podía ver los acantilados y otros parajes del cielo, destinados en exclusiva a aquellos a los que se les han asesinados los ojos con dardos de alto calibre de sufrimiento. Y fue así como logró escapar de su barrio laberíntico en el que todas las calles olían igual, a sangre y orina. Y notó como su energía renacía de nuevo mientras las aves generaban con su vuelo el más cálido de los vientos.
Y allí, con el tacto de un cordero y el afecto de otros animales, dejó de sentir los dardos humanos en sus ojos, su corazón y su pelo.
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